En este capítulo introductorio ofrecemos algunas reflexiones en torno al estudio del multilingüismo desde una perspectiva sociolingüística crítica, considerando especialmente la incorporación teórica del concepto de ideologías lingüísticas, el cual ha permitido dotar los estudios contextuales del lenguaje de un enfoque crítico y postestructuralista sumamente productivo para abordar el estudio de las prácticas lingüísticas (multilingües y no) en su inherente vinculación con arreglos de orden sociopolítico y económico (que incluyen políticas lingüísticas), iluminando relaciones de poder y formas de producción y legitimación de desigualdades sociales.
Del mismo modo, hemos traído el concepto de “espacio” que, sin duda, ha constituido una noción estructurante para la investigación lingüística (valga pensar solamente en la dialectología, pero también, como veremos a continuación, en la construcción –simbólica y no simbólica– de las relaciones nación-lengua), así como fundamental para la sociolingüística contemporánea, que ha venido ampliando y flexibilizando la concepción de lo espacial en sus teorizaciones y abordajes metodológicos. En particular, hemos adoptado el concepto de “espacios multilingües” entendiendo este según la definición propuesta por Blommaert et al. (2005), como un entorno específico que “organiza un régimen lingüístico particular” (2005: 198), actuando como facilitador o limitante de los repertorios lingüísticos de los hablantes inmersos en este. La concepción del espacio como un producto social, según Lefebvre (1974), y como una “fuerza agentiva en los procesos sociolingüísticos” (Blommaert et al. 2005: 203), implica atender a la imposición de conjuntos de normas y expectativas en relación con las prácticas comunicativas, así como a sus inherentes consecuencias en las experiencias y trayectorias biográficas de los hablantes que participan en dicho espacio.
En los puntos que se desarrollan a continuación, presentamos, en primer lugar, un breve panorama de la investigación sociolingüística en contextos multilingües, incluyendo los giros acaecidos dentro de la sociolingüística del multilingüismo “en la era global”. Luego nos referimos a la emergencia del concepto de ideologías lingüísticas en los estudios del lenguaje (particularmente en el ámbito de la antropología lingüística norteamericana), sirviéndonos de aportes fundamentales que permiten definirlo como un fenómeno multidimensional y trazando las premisas que guían nuestra reflexión. En este sentido, discutimos, por una parte, sobre las implicaciones ideológicas en la construcción de los Estado-nación modernos y las políticas lingüísticas vinculadas a esta, destacando la ideología de la lengua estándar; y por otra parte, sobre las implicaciones de la migración trasnacional en la configuración de nuevos espacios multilingües, así como sobre la relación entre lengua y materialidad, señalando concretamente la indagación de procesos de mercantilización lingüística. Por último, presentamos las líneas generales que siguen los artículos que conforman este número.
Dentro de la investigación lingüística y antropológica, las aportaciones de autores como Hymes (1972), Gumperz (1982), LePage y Tabouret-Keller (1985) inauguraron una corriente de investigación sociolingüística centrada en la interacción y en las prácticas situadas de construcción de significados en el habla, con especial énfasis en contextos multilingües. Ejemplo de ello son los planteamientos de Gumperz (1982) en la comprensión del code-switching como un recurso comunicativo mediante el cual los hablantes multilingües expresan significados sociales, a través de funciones “situacionales” y “metafóricas”. O el modelo de markedness propuesto por Myers-Scotton (1993), en el que se distingue entre códigos ‘marcados’ y ‘no-marcados’ cuyo uso situacional refleja o “rompe” convenciones macrosociales presupuestas, entendiendo ello como parte de la continua negociación de derechos y obligaciones a la que los hablantes multilingües están sujetos.
El interés por los giros epistemológicos postestructuralista y crítico de la teoría social daría pie a la aparición de una serie de investigaciones antropológicas sobre el multilingüismo: particularmente, los trabajos de Woolard (1985, 1989), Gal (1989) y Heller (1992, 1995) son hoy reconocidos como investigaciones pioneras que sentaron las bases para el posterior desarrollo de una sociolingüística crítica y etnográfica. Como apuntan Martin-Jones et al. (2012), estas investigadoras “buscaban formas de vincular sus detallados relatos etnográficos de las ideologías lingüísticas y las prácticas interaccionales… con sus análisis de los procesos institucionales e históricos, con discursos más amplios sobre lengua e identidad, y con condiciones políticas y económicas específicas” (2012: 5). A partir de ello se han ido desarrollando una serie de investigaciones en diversos espacios socioculturales multilingües (en barrios caracterizados por la diáspora transnacional, en lugares de trabajo, en escuelas, en centros sanitarios, etc.), que han ido perfilando una corriente sociolingüística crítica y etnográfica sobre el multilingüismo, profundizando nuestra comprensión sobre las particularidades de las prácticas multilingües en diferentes contextos (cfr. Pavlenko y Blackledge 2004; Blackledge y Creese 2010; Martín Rojo 2010; Heller 2011; Chimbutane 2012; Heller et al. 2018).
Además del giro epistemológico hacia una aproximación crítica y etnográfica, la investigación sociolingüística del multilingüismo también ha generado en años recientes aportaciones significativas, en palabras de Martin-Jones y Gardner (2012: 4), “a la caracterización de las condiciones políticas, económicas y culturales de la modernidad tardía y a la identificación de las formas en que las prácticas e ideologías lingüísticas organizan y legitiman dichas condiciones” (cfr. Blommaert 2010; Pennycook 2010; Duchêne y Heller 2012; Del Percio et al. 2017).
En el contexto de los procesos de globalización caracterizados por la movilidad transnacional y por cambiantes patrones de comunicación, ciertos conceptos como “flujos”, “movilidad”, o “trayectoria”, vienen siendo empleados para describir lo que ahora se concibe como movimiento y circulación de recursos, incluyendo recursos lingüísticos (Pietikäinen y Kelly-Holmes 2013: 3). En este sentido, Blommaert (2010) aboga por una sociolingüística de los recursos, no de las lenguas, planteando en esta la movilidad como preocupación teórica central: “La movilidad es el gran desafío: es la dislocación de la lengua y de los hechos lingüísticos de la posición fija en el tiempo y en el espacio que les atribuyen una lingüística y una sociolingüística más tradicionales” (2010: 21). De manera análoga, Heller plantea la necesidad de “desviar nuestra mirada de la estabilidad a la movilidad” (2011: 5) y, en este sentido, de comprender cómo se entrecruzan (o no) las trayectorias de recursos y actores en espacios discursivos interrelacionados (2011: 10-11).
Consecuentemente con lo anterior, asistimos también a la crítica postestructuralista de la concepción de la lengua como entidad unitaria, delimitada, numerable y abstraída del mundo social y, por tanto, de toda concepción del multilingüismo sustentada en la idea de un “monolingüismo plural” (Makoni y Pennycook 2012). Si bien esta visión había sido ya problematizada por la lingüística integracional de Harris (1998), hoy en día puede verse como parte constituyente de los debates teóricos contemporáneos dentro de la sociolingüística, mucho más consciente de las visiones monoglósicas que han predominado explícita o implícitamente en las investigaciones sobre el multilingüismo. Este giro hacia la “desinvención” de las lenguas (Makoni y Pennycook 2007) ha derivado en la aparición de nuevas propuestas terminológicas y teóricas, entre las que cabe mencionar: translanguaging (García 2009; Blackledge y Creese 2010), transidiomatic practices (Jacquemet 2005), translingual practice (Canagarajah 2013), metrolingualism (Otsuji y Pennycook 2010) y polylanguaging (Jørgensen et al. 2011). Todas estas propuestas parten de una crítica abierta a las aproximaciones que conciben el multilingüismo como la suma de sistemas autónomos y separados. Dirigiendo su atención al estudio de contextos en los que tienen lugar usos lingüísticos “heteroglósicos”, proponen transcender conceptos como el de lengua y code-switching, para privilegiar el estudio del lenguaje como práctica social y de los hablantes como actores sociales que poseen, no lenguas, sino repertorios de recursos lingüísticos/semióticos “organized in ways that make sense under specific social conditions (or, to use a Foucauldian approach, within specific discursive regimes)” (Heller 2007: 1).
Atendiendo a lo antes expuesto, es evidente que la noción misma de “campo” (field site) se ha vuelto más compleja y menos delimitada (Heller et al. 2018: 74), y que el cambio hacia una sociolingüística etnográfica y crítica en el estudio del multilingüismo ha implicado tanto una crítica hacia el peso de las ideologías monoglósicas que atraviesan las teorizaciones sobre la lengua y el multilingüismo como un distanciamiento del tradicional foco en una “comunidad de habla” como unidad social estable definida por la participación de hablantes en un conjunto de normas compartidas con relación al lenguaje (Labov 1972).1 Sin embargo, la consideración de estos nuevos referentes conceptuales para interpretar el multilingüismo no debe hacernos perder de vista que, como señalan Pietikäinen y Kelly-Holmes, la movilidad y la circulación no se constituyen al azar en un espacio vacío, sino que tienen lugar siempre en espacios ya constituidos, cuya situacionalidad histórica y cultural tiene un gran impacto en los procesos y prácticas actuales (2013: 4).
Entendemos aquí un “espacio multilingüe” en el sentido propuesto por Blommaert et al. (2005), esto es, como un entorno particular que “organizes a particular regime of language” (2005: 198), habilitando o inhabilitando los repertorios lingüísticos de los hablantes inmersos en tales espacios.2 Concebir el espacio como un producto social (Lefebvre 1974) y como “fuerza agentiva en los procesos sociolingüísticos” (Blommaert et al. 2005: 203), implica a su vez advertir la imposición de conjuntos de normas y expectativas en relación con los usos comunicativos (junto a la invocación de relaciones potencialmente significativas entre distintas “escalas” [ídem]), y el impacto de ello en las experiencias y trayectorias biográficas de quienes allí participan. Esta perspectiva sobre los espacios multilingües como socialmente constituidos y semióticamente “cargados” es a su vez compatible con el argumento de Kraft y Flubacher que aquí suscribimos, esto es, que los espacios son “inherent sites of struggle over the authority and prerogative of organization, interpretation and determination” (2023: 371).
Partiendo de estas premisas, nos interesa saber cuáles son y cómo operan estos regímenes lingüísticos en la organización de las prácticas comunicativas que tienen lugar en diferentes espacios multilingües (hacia cuáles “centros de indexicalidad” se orientan y cuál es el valor y la función de sus repertorios sociolingüísticos), cómo los hablantes –en tanto que actores sociales posicionados con diversos repertorios y destrezas lingüísticas– se insertan y participan en diferentes espacios sociales (laborales, educativos, de residencia, etc.), cómo construyen diferenciaciones sociolingüísticas (o cómo son construidos por “los otros” con quienes allí se interrelacionan), y cómo reproducen o resisten desigualdades en espacios que en definitiva son también “lugares de lucha”.
Desde los debates programáticos suscitados en la antropología lingüística estadounidense a principios de los años noventa del siglo XX, “ideologías lingüísticas” ha logrado constituirse en una categoría analítica de gran relevancia en el ámbito interdisciplinar de los estudios contextuales del lenguaje. Su aparición ha sido vista como el producto del rescate de dos elementos marginalizados por el cientificismo dominante en la disciplina lingüística: por un lado, la conciencia lingüística de los hablantes y, por el otro, las funciones no referenciales del lenguaje (cfr. Kroskrity 2000: 5). Como apunta Kroskrity, al “amputar” la dimensión contextual del lenguaje, la lingüística estructuralista “negó la relevancia del análisis lingüístico de los propios hablantes y priorizó las funciones referenciales del lenguaje en detrimento de otras” (2000: 5). No obstante, las aportaciones de Silverstein (1979, 1985) vendrían a marcar un punto de inflexión en la tradición lingüística referida, particularmente al proponer que la conciencia lingüística de los hablantes y sus racionalizaciones sobre la estructura y uso lingüístico constituyen aspectos centrales para explicar el cambio lingüístico. Por otro lado, la incorporación de modelos semiótico-funcionales dentro de la antropología lingüística sirvió también como una vía para abordar las funciones no referenciales del lenguaje, bajo la premisa central de que “una gran parte del significado y, por tanto, del valor comunicativo que tienen las formas lingüísticas para sus hablantes reside en las conexiones ‘indexicales’ entre los signos lingüísticos y los factores contextuales de su uso” (Kroskrity 2000: 7).
Puede afirmarse que este cambio de perspectiva hacia la consideración de los hablantes y las relaciones inherentes entre los usos lingüísticos y factores contextuales, así como una creciente influencia de contribuciones provenientes de la teoría sociocultural, particularmente de posestructuralistas franceses como Bourdieu (1977, 1991) y Foucault (1972, 1980), crearon las condiciones necesarias para el desarrollo y reconocimiento de las ideologías lingüísticas como categoría analítica. Así, los ya citados trabajos suscitados dentro de la antropología lingüística que integraron el análisis económico político del lenguaje (Woolard 1985; Irvine 1989; Gal 1989; Heller 1992) serían responsables de esbozar muchos de los principales temas que son reconocidos hoy como parte de un mismo campo de investigación.
Aunque el concepto de ideologías lingüísticas se encuentre hoy plenamente incorporado en la sociolingüística crítica, fue el concepto de actitud (importado de la psicología social en la década de los setenta) el que por mucho tiempo logró afianzarse en el ámbito de la sociolingüística y la sociología del lenguaje, como categoría para abordar las concepciones culturales de las lenguas y variedades en contextos multilingües, dimensión considerada central para explicar procesos de mantenimiento o cambio lingüístico, elección lingüística o code-switching (cfr. Garret 2010; Giles et al. 1987). Puede afirmarse que “actitudes lingüísticas” e “ideologías lingüísticas” comparten un interés común en considerar las creencias (y sentimientos) de los hablantes frente a lenguas y usos lingüísticos como un aspecto central para entender el lenguaje en relación con un contexto sociocultural. No obstante, entre ambas líneas de investigación se presentan diferencias teórico-metodológicas significativas: mientras que la investigación de actitudes lingüísticas suele estar asociada a un marco cognitivista y a la medición cuantitativa de reacciones subjetivas frente a objetos lingüísticos, la aproximación a las ideologías lingüísticas suele tener una fuerte orientación hacia los métodos etnográficos y el análisis conversacional y discursivo, así como un interés especial en considerar como factor explicativo de las ideologías tanto la experiencia sociocultural de los hablantes como su performatividad en el marco de interacciones comunicativas situadas (Coupland y Jaworski 2004; Rosa y Burdick 2017). Creemos que, en todo espacio multilingüe, las actitudes lingüísticas locales (junto a los patrones sociales de “elección lingüística” y de alternancia de códigos o translanguaging) se hallan intrínsecamente ligadas a los arreglos políticos, las relaciones de poder y las ideologías lingüísticas que atraviesan la experiencia sociocultural de los hablantes (Pavlenko y Blackledge 2004; Kroskrity 2004). En este sentido, como señalan Woolard y Schieffelin “the intrapersonal attitude can be recast as a socially-derived intellectualized or behavioral ideology” (1994: 61).
Entre las definiciones “clásicas” que suelen citarse como muestra de la relevancia que tuvo en la conceptualización de las ideologías lingüísticas la recuperación de los factores contextuales están las de Silverstein (1979) e Irvine (1989). Por un lado, la definición de ideologías lingüísticas propuesta por Silverstein como “sets of beliefs about language articulated by users as a rationalization or justification of perceived language structure and use” (1979: 193) es una definición que subraya el papel de la conciencia lingüística como condición que permite a los hablantes racionalizar e incluso influir en la estructura lingüística (Kroskrity 2004: 497). Por otro lado, Irvine entiende las ideologías lingüísticas como “the cultural system of ideas about social and linguistic relationships, together with their loading of moral and political interests” (1989: 255), poniendo así de relieve la vinculación necesaria entre las ideas culturales sobre el lenguaje y las posiciones e intereses político-económicos desde los cuales tales sistemas de ideas son construidos y reproducidos. Partiendo de una perspectiva amplia en relación con la idea de poder (en el sentido foucaultiano que busca captar su compleja difusión en actividades rutinarias y relaciones interpersonales), es importante no perder de vista que las ideologías lingüísticas no son apenas aquellas ideas provenientes de la cultura oficial que promueve la clase dominante, sino “a more ubiquitous set of diverse beliefs… used by speakers of all types as models for constructing linguistic evaluations and engaging in communicative activity” (Kroskrity 2004: 497).
El reconocimiento de la extensión de las zonas discursivas en las que pueden manifestarse las ideologías lingüísticas (desde discursos institucionales político-económicamente motivados hasta las “racionalizaciones” de los propios hablantes sobre el lenguaje en forma de comentarios metapragmáticos), pero también el reconocimiento de su existencia implícita en la práctica lingüística (cuando se trata de creencias naturalizadas), representan aspectos centrales en la conceptualización del fenómeno, tal como puede observarse en la definición de Spitulnik (1998), quien las considera a la vez “conceptual y procesual, implícita[s] en la práctica, corporeizada[s] en relaciones vividas y explícita[s] en ciertos tipos de articulaciones conscientes como el discurso metalingüístico” (1998: 164). En este sentido, las ideologías lingüísticas constituyen un fenómeno que solo puede ser concebido como complejo y multidimensional. De entre los intentos más importantes por abordar esta multidimensionalidad, queremos destacar aquí dos niveles fundamentales de los propuestos por Kroskrity (2021, 2020) para aproximarse a las ideologías lingüísticas como un concepto clúster, a saber: la posicionalidad: que refiere la vinculación existente entre las formas de percibir y evaluar los usos lingüísticos y los intereses político-económicos de individuos o grupos socioculturales (2020: 71) y la multiplicidad: que subraya el potencial de la divergencia y la disputa entre ideologías, derivado de la pluralidad de divisiones sociales relevantes en el seno de cualquier grupo sociocultural (p.ej. étnica, generacional, de clase, de género, etc.).3
Tomando como premisas la posicionalidad y multiplicidad de las ideologías lingüísticas (Kroskrity 2020), así como también siguiendo una concepción “procesual” del fenómeno, esto es, entendiéndolas no como constructos estáticos o miasmas que se ciernen sobre una comunidad, sino como “formulaciones que parten de presupuestos, implican procesos semióticos y movilizan proyectos sociales” (Irvine 2022: 230; Gal y Irvine 2019: 14), creemos que la indagación de ideologías lingüísticas o, más bien, de actividad ideológica (ideological work), constituye una vía analítica amplia y productiva, que permite, entre otras muchas posibilidades, tanto indagar (viejos y nuevos) discursos políticamente motivados de carácter normativizador como abordar etnográficamente diferentes espacios multilingües poco o nada investigados bajo tales premisas. En principio, esto se vincula más claramente, por un lado, con la propia deconstrucción y visibilización de los arreglos sociopolíticos e institucionales que organizan, producen y legitiman determinadas concepciones de las lenguas y las identidades (tal como han demostrado las investigaciones sobre el papel de la lengua en la construcción de las identidades nacionales y culturales, pero también las investigaciones más recientes sobre prácticas e ideologías lingüísticas bajo las condiciones de la modernidad tardía). Por otro lado, se vincula también con lo que García et al. (2017) describen como el acto de “girar la lente hacia adentro”, con el fin de examinar las ideologías lingüísticas que han dado forma a la propia disciplina sociolingüística (2017: 6).
El presente volumen pretende ser un aporte que pueda sumar nuevos hallazgos al estudio de las ideologías lingüísticas, con investigaciones que articulen este marco con otros referentes teórico-metodológicos dentro del análisis sociolingüístico, en función de explorar desde distintas aproximaciones (etnográficas, narrativa y discursiva) los procesos y prácticas que organizan y rigen diferentes espacios multilingües. Nos interesa indagar cuáles son y de qué manera operan determinados regímenes de valor sociolingüístico en la cotidianidad de diferentes espacios donde el multilingüismo sea un hecho cotidiano; cómo estas ideologías penetran las prácticas y acciones de las personas implicadas y con qué consecuencias; qué proyectos subyacen al ejercicio narrativo/discursivo de construcción ideológica, observable por ejemplo en procesos semióticos de categorización y diferenciación sociolingüística (Gal e Irvine 2019; Irvine y Gal 2000); cómo se legitiman determinados usos lingüísticos e ideas sobre el lenguaje, (re)produciendo formas de desigualdad social y discriminación hacia individuos y grupos minoritarios/minorizados; así como también identificar y explorar formas de resistencia y de lucha, que compitan con los “vectores” ideológicos dominantes.
Como señaló Woolard (1998: 21), el nuevo énfasis que cobró la dimensión ideológica de las prácticas lingüísticas dio lugar al análisis de la estandarización lingüística como proyecto discursivo, donde la lengua “estándar” pasó a ser tratada más como proceso ideológico que como hecho lingüístico empírico (1998: 21). Así, una serie de trabajos en el campo de las ideologías lingüísticas (Gal y Irvine 1995; Gal y Woolard 1995; Schieffelin et al. 1998; Blommaert 1999; Kroskrity 2000) dirigieron su atención a rastrear y deconstruir los supuestos modernistas que vinculan de manera esencializada las lenguas y los Estados nacionales, así como a mostrar el papel activo de lingüistas, antropólogos y filósofos del lenguaje en estos procesos discursivos e ideológicos. Como apuntan Martin-Jones et al. (2012), estas investigaciones demostraron que, durante el siglo XIX en Europa “las prácticas de estandarización, codificación y establecimiento de límites entre lenguas estuvieron estrechamente ligadas al desarrollo de discursos sobre los Estados, naciones e imperios, y con la definición y regulación discursiva de la ciudadanía” (2012: 2) y, en este sentido, que también “[g]ramáticos y lexicógrafos contribuyeron de manera significativa a los procesos ideológicos implicados en la vinculación de la lengua con la autoridad y la legitimidad políticas en diferentes contextos nacionales” (2012: 2).
Diferentes autores como Anderson (1983), Hobsbawm (1991), Smith (1991), entre otros, realizaron aproximaciones de gran importancia al problema de los orígenes del nacionalismo, deconstruyendo el concepto de nación, categoría que ha jugado un papel central en la ideología nacionalista dominante desde el siglo XIX y que ha operado de manera muy significativa en las formas de concebir la relación entre el lenguaje y la identidad colectiva en el pensamiento occidental. Del mismo modo, diferentes estudios han analizado críticamente la asociación ideológica de monolingüismo y nación, articulada en políticas y discursos que han construido las lenguas como símbolos fundamentales de una comunidad nacional concebida como lingüística y culturalmente homogénea (cfr. Barbour y Carmichael 2000; McColl 2005; Blommaert y Verschueren 2012; del Valle 2007, 2013; Wright 2016). No obstante estos esfuerzos críticos en el ámbito de las ciencias sociales, no puede negarse la pervivencia ideológica de estos planteamientos modernos de invisibilización del multilingüismo (en el sentido de elisión ideológica dentro de una realidad sociolingüística dada), patente –como han mostrado las investigaciones sobre ideologías lingüísticas– en la “ideological formation discursively enacted by actors representing specific interests and agendas and aiming to valuate speakers’ linguistic skills, consequently legitimizing, naturalizing, or challenging how resources are distributed in society” (Del Percio et al. 2017: 56).
En este sentido, por ejemplo, no faltan estudios que muestran cómo los repertorios lingüísticos de grupos lingüísticos minoritarios de origen migrante o refugiados en Europa y Estado Unidos son en gran medida tratados en términos despectivos en el discurso público y político (cfr. Wiley 2005; Blackledge 2005, entre otros). De manera similar, Andrés y Polo (en este volumen) muestran cómo la lengua juega un papel fundamental en la regulación social de los migrantes a través del discurso de integración en España, identificando la ideología de la integración a través de la lengua (p.ej. del aprendizaje del español ligado a la competencia comunicativa y la movilidad social) en los discursos de actores de un centro residencial de menores extranjeros no acompañados. Este discurso, como señalan los autores, “conlleva un proceso de lingualización de la noción de integración que implica, a su vez, la vinculación ideológica, material, simbólica y jurídico-administrativa de la integración y de las lenguas”. Por su parte, Jansen (en este volumen) da cuenta de las tensiones entre las ideologías lingüísticas nacionalistas homogeneizadoras y la diversidad lingüística real de la sociedad alemana. En este sentido, señala cómo el lograr cierto nivel en la adquisición del alemán ha sido interpretado como la disposición de los migrantes a “integrarse” (más bien en el sentido de asimilarse culturalmente), y ha trazado una línea divisoria entre dos estereotipos, inmigrantes “buenos” e inmigrantes “malos”, en un marco social marcado claramente por ideologías monoglósicas, solo muy recientemente disputadas y observadas de manera crítica para el contexto alemán.
La denominada ideología de la lengua estándar revela una destacada presencia en un sinnúmero de discursos públicos y académicos. Una ideología que, como señala Milroy (2001), permea no sólo las creencias populares sobre el lenguaje, sino buena parte de las teorías lingüísticas y sociolingüísticas, las cuales han contribuido enormemente a su construcción y difusión. La “ideología de la lengua estándar” (Milroy y Milroy 1999) remite precisamente a la creencia extendida y naturalizada de que esta variedad lingüística particular (siempre asociada al habla del grupo social dominante) es poseedora de cualidades morales, intelectuales y estéticas superiores a otras formas de habla, lo que sirve como paso previo para justificar desigualdades sociales. Como afirma Piller (2015), “the standard language ideology can make it seem fair and equitable… that speakers of that variety should occupy privileged positions in society, while nonspeakers should be excluded from such positions” (2015: 4). La naturalización de estas relaciones jerárquicas es parte de un proyecto impuesto y mantenido por instituciones dominantes que promueven la lengua estándar (y los aspectos culturales dominantes asociados a esta), a la vez que denigran otras variedades lingüísticas no estándares y sus correspondientes formas culturales (Lippi-Green 1997).
La ideología de la lengua estándar, estrechamente relacionada con una visión nativista, forma también parte de los relatos de conflictos lingüísticos analizados por Jansen (en este volumen), los cuales describen situaciones en las que inmigrantes latinoamericanos se enfrentarían a la marginación o la agresión verbal por no hablar alemán de forma “correcta” en diferentes espacios de interacción como contextos institucionales o laborales. De manera análoga, Vilar (en este volumen) observa cómo el modelo de mediación lingüística de un hospital argentino se sustenta en ideologías monoglósicas, en la medida en que, por un lado, la selección de recursos humanos se basa en una concepción del bilingüismo como competencia en lenguas discretas y separadas en “polos” estándares y, por otro lado, se proyecta una imagen institucional del destinatario del programa como hablante de la lengua nacional o estándar oficial, desestimando la diversidad de repertorios sociolingüísticos de los pacientes que asisten al hospital.
Este proceso de elisión (como uno de los procesos inherentes a la construcción ideológica de diferencia sociolingüística, según Irvine y Gal 2000) de otras variedades lingüísticas dentro de un determinado espacio sociolingüístico ha constituido un proceso clave dentro del quehacer lingüístico, como bien destacaron Bürki y Morgenthaler (2016) al poner el foco en el “olvido” de ciertas variedades periféricas del español, entendido como parte de un borrado consciente de todo aquello que forma parte de lo heteróclito y multiforme en aras de la unidad, lo que conlleva consecuencias significativas en el desarrollo de la investigación lingüística futura (2016: 10). Este fenómeno es también constatado por Pfadenhauer (en este volumen) para el caso de la construcción discursiva de la categoría de español indígena en México. La autora observa el proceso de elisión en la “homogenización tanto de las partes consideradas indígenas como mestizas que tiene su origen en la época colonial, que alcanza su culminación en la independencia y que se mantiene hasta la actualidad en los discursos oficiales”. En tal sentido, analiza las descripciones lingüísticas centradas en la definición de tal etnolecto, que subsumen bajo esta noción los múltiples contactos lingüísticos actuales entre el español y las lenguas indígenas, y en las cuales se verían reflejados ciertos estereotipos sociales interiorizados, basados en gran medida en la separación ideológica jerarquizada entre ‘lo mestizo’ y ‘lo indígena’.
En contextos de cierta densidad de contactos interculturales y diversidad lingüística, como pueden ser muchas localidades situadas en áreas fronterizas sudamericanas –áreas atravesadas por procesos sostenidos de colonización, fronterización y nacionalización–, la construcción ideológica de diferencias sociolingüísticas basada en categorías nacionales, étnicas y locales cumple un papel fundamental en la negociación de identidades entre grupos sociales en contacto (y, muchas veces, también en tensión y conflicto) vinculados cotidianamente en redes transfronterizas y en prácticas translingüísticas (Chinellato 2021; Sturza 2019). Bolivar (en este volumen) en su aproximación a las actitudes lingüísticas en una localidad del estado de Paraná al sur de Brasil da cuenta de cómo la notoria tendencia negativa en la valoración del guaraní puede ser reflejo de prejuicios sociales existentes en esta comunidad de mayoría “blanca” hacia el grupo vinculado a esta lengua indígena (guaraníhablantes y paraguayos, en general). Siendo este un hallazgo aparentemente extendido, como también sugieren otros estudios llevados a cabo en la zona, podemos ver este caso particular como uno que da cuenta de un principio de diferencia y desigualdad entre “blancos”/“criollos” e “indígenas” que ha incorporado nociones lingüísticas, y que deriva de procesos históricos de colonización y nacionalización y de la concomitante discriminación racial y sociocultural hacia grupos/individuos indígenas en Latinoamérica.
Desde finales del siglo pasado, los flujos migratorios transnacionales han provocado importantes cambios demográficos que han diversificado aún más las poblaciones de muchas naciones, especialmente las del Norte Global, fenómeno que ha sido tratado bajo la denominación de “superdiversidad” (Vertovec 2007).4 Con ello, se ha generado también un creciente interés por abordar el multilingüismo en el marco de estos patrones de movilidad y asentamiento urbano contemporáneos, entendidos como prácticas comunicativas translocales o transnacionales (tanto “reales” como virtuales). Como apuntan McKinney et al., este foco en la superdiversidad ha hecho posible “a sense- making of the increasingly diverse patterns of transnational migration and social inequalities in urban areas in the North, along with the increasingly complex and creative nature of language resources, repertoires and practices” (2023: xxi).
Dirigiendo su atención al multilingüismo en contextos urbanos, diaspóricos y globalizados, y como parte de los esfuerzos por teorizar las entidades ontológicas donde las ideologías son puestas en práctica, Blommaert et al. (2005) ofrecen una perspectiva basada en un análisis espacial, proponiendo el concepto clave de escala sociolingüística. Para estos autores, concebir el “espacio” en términos semióticos implica pensar en escalas, esto es, en espacios que “are ordered and organized in relation to one another, stratified and layered, with processes belonging to one scale entering processes at another scale” (Blommaert et al. 2005: 203). Esta noción de escala sociolingüística como fuente semiótica de significados indexicales (Blommaert et al. 2005: 203) es integrada por Andrés y Polo (en este volumen) en función de abordar los “procesos de espacialización de las lenguas” en la institución estudiada (centro de menores no acompañados), atendiendo al régimen lingüístico que configura los valores, normas, expectativas y prácticas de ese espacio institucional en el que sujetos migrantes con diversos bagajes comunicativos se hallan inmersos.
Además de la consideración de las prácticas multilingües transnacionales y translocales y de los espacios multilingües como organizados por regímenes normativos atravesados por procesos de ideologización sobre el lenguaje y las prácticas lingüísticas de sujetos migrantes y posmigrantes, desde hace algo más de una década han surgido investigaciones que señalan la emergencia de formas contemporáneas de comodificación lingüística, entendida como procesos de reconfiguración del lenguaje a las exigencias de los mercados globales (cfr. Duchêne y Heller 2012; Shankar y Cavanaugh 2012). Cuando las prácticas lingüísticas se convierten en terreno de una actividad económica, inevitablemente también pasan a ser “mercancías” (commodities), comercializadas entre trabajadores, empleadores, clientes y consumidores (Grey y Piller 2020: 61). Si bien este fenómeno ha existido también en períodos previos, puede afirmarse que en la época neoliberal contemporánea el tratamiento de las lenguas como valor económico se ha expandido, intensificado y transformado sus manifestaciones.
Heller y Duchêne (2016) sostienen que el lenguaje en el llamado capitalismo tardío ha venido recibiendo un tratamiento cada vez mayor como mercancía. En este sentido, señalan que “dominant discourses of political rights, citizenship, and governance became increasingly challenged by discourses of economic development, in which linguistic material of a variety of forms was increasingly presented as an element of economic exchange” (2016: 140). Estos discursos formarían parte de un proceso de comodificación del lenguaje, en el que se introduce el valor económico como nuevo fundamento para legitimar demandas antes vinculadas a discursos de derechos políticos. Esta suerte de “giro económico” se manifiesta, según estos autores, en por lo menos tres formas: (1) en la confrontación o fusión entre discursos sobre derechos lingüísticos (pride) y discursos que señalan el “valor añadido” de los recursos lingüísticos (profit); (2) en los diferentes recursos semióticos producidos por el nacionalismo moderno que ahora son empleados en actividades económicas para crear “nichos de mercado” o valor añadido a ciertos productos (o que se presentan en sí mismos como productos); (3) en el hecho de que fenómenos concebidos como “problemas” por el nacionalismo y los mercados industriales centrados en las fronteras y la uniformidad, tales como el multilingüismo y la variabilidad lingüística, son ahora reformulados como “activos” (assets) y como “marcas” (brands), aunque su tratamiento previo como problema pueda persistir junto a los cada vez más prominentes discursos neoliberales (Heller y Duchêne 2016: 143).
En este sentido, atendiendo a las transformaciones sociales producidas en el seno del capitalismo global, investigaciones dentro de la sociolingüística crítica han examinado cómo el multilingüismo se ha convertido en parte integrante fundamental de “la nueva economía”, donde las lenguas desempeñan un papel clave en las formas neoliberales de gobernanza y en “how language management contributes to the creation of self- entrepreneurial speakers” (Martín Rojo 2023: 287). Desde esta perspectiva, el papel de las lenguas como recursos y mercancías ha sido investigado en diversos ámbitos, entre los que cabe mencionar el turismo (Heller et al. 2014), el mercado laboral (Flubacher et al. 2018; Lønsmann y Kraft 2018), call centers (Duchêne 2009) o la prestación de servicios (Márquez y Martín Rojo 2010).
Si la migración implica un desplazamiento que puede limitar la capacidad de muchos individuos para comunicarse adecuadamente con los recursos multilingües que el nuevo espacio exige (cf. Blommaert et al. 2005), parece claro que el acceso a la información necesaria para vivir y realizar actividades cotidianas en una nueva sociedad dependerá en gran medida del acceso y el conocimiento práctico que tengan los migrantes de esos recursos lingüísticos y comunicativos. Un ejemplo claro de ello es el acceso de las poblaciones migrantes a la sanidad. Como apunta Moyer (2012: 37), este acceso depende de la capacidad de los migrantes para comunicarse con el personal médico y comprender las instrucciones y los conocimientos profesionales que se les transmiten, siendo la mediación cultural una de las formas por excelencia empleadas para garantizar a los pacientes su derecho a la salud sin importar su origen o las lenguas que hablen. Como explica Vilar (en este volumen) a propósito de la vinculación entre prácticas de mediación lingüística y procesos de mercantilización lingüística en instituciones sanitarias, “la gestión institucional del lenguaje adquiere un rol primordial, no sólo para sortear los obstáculos que presenta la diversidad lingüística para el funcionamiento diario de una institución, sino también para sacar provecho de los beneficios que puede reportar el multilingüismo en el mercado global”.
Dentro de una comprensión de las lenguas (variedades y registros) como recursos desigualmente distribuidos en la sociedad y jerarquizados, el análisis de las ideologías que (re)producen el valor social de los recursos lingüísticos y crean contrastes y jerarquías entre los hablantes, legitimando con ello desigualdades sociales, se revela como fundamental. Como señala Duchêne (2020), a propósito de las condiciones sociales y relaciones de poder que moldean la idea del multilingüismo como un bien deseable:
language (multilingualism included) constitutes a central site for the production of social differences. These differences are a factor in creating a social hierarchy of speakers, conferring to some individuals or groups the profit of distinction while depriving others of symbolic and material resources (93).
En este marco de recursos lingüísticos entendidos como mercancías que proporcionan acceso a mercados globales, donde los hablantes pueden acumular competencias lingüísticas y comunicativas como activo personal, se ha destacado el rol del inglés como lengua franca global y como una forma de capital que garantizaría la movilidad social (a partir de la idea de competitividad en el mercado laboral) y el desarrollo económico (Martín Rojo 2023; Canagarajah 2013). Como parte de la racionalidad neoliberal, la ideología del inglés como lengua global constituye uno de los casos que revela muy claramente la legitimación de diferencias y desigualdades entre hablantes. Tal como explica Jansen (en este volumen), las visiones de neutralidad y validez global del inglés, ligadas a la creencia generalizada de que el inglés es una lengua que todo el mundo puede hablar, invisibiliza las desigualdades sociales y económicas relacionadas con la posesión (o la falta) de esta lengua, dando lugar a la exclusión social de las personas que no poseen este recurso.
Por otro lado, en referencia a las grandes lenguas globales, también es necesario tener en cuenta que estas ideologías presentan claros paralelos con las ideologías de la lengua estándar que tratamos en el punto anterior y que no podemos reflexionar aparte. Así, variedades no dominantes, poscoloniales o postmigrantes de estas lenguas, tienen un valor –simbólico y no simbólico– bien diferenciado de lo que podríamos llamar “lenguas globales estándar” (Canagarajah 2013; Tupas 2023). Es necesario, y aún requiere nuevas investigaciones al respecto, repensar los mecanismos de discriminación lingüística y los procesos de inclusión y exclusión social vinculados a la ideología del inglés como lengua global, la cual creemos puede ampliarse a otras grandes lenguas pluricéntricas como el español, el portugués o el árabe. También será necesario reflexionar sobre la ampliación y emergencia de nuevos espacios multilingües en el marco del avance de los medios digitales y de la inteligencia artificial a través de acercamientos críticos.
En el presente volumen hemos dado cabida a un conjunto de investigaciones que enfocadas en determinados “espacios multilingües” en diferentes contextos de América Latina y Europa ofrecen diferentes aproximaciones analíticas en las que las ideologías lingüísticas aparecen como factor crucial. Enfocados en experiencias multilingües diversas (en un centro de acogida de menores migrantes no acompañados en España, en un zona fronteriza en Sudamérica, la de migrantes latinoamericanos en Alemania, vinculadas a las políticas y prácticas de mediación cultural/lingüística en una institución sanitaria en Argentina), pero también, en la construcción discursiva y el trasfondo ideológico de categorías de descripción lingüística (el concepto de español indígena en el contexto mexicano), este conjunto de investigaciones nos muestran la importancia de los procesos de ideologización para comprender la organización y experiencia social de hablantes multilingües en diferentes contextos relevantes, la vinculación de las prácticas lingüísticas y de su “valor” in situ con intereses y procesos político-económicos particulares, o la construcción discursiva académica de categorías descriptivas proyectadas sobre realidades multilingües. Estos trabajos logran a su vez poner en evidencia distintas formas de agencia en la producción de exclusiones y desigualdades, así como también formas de lucha o resistencia frente a estas, o bien formas de repensar críticamente determinados conceptos analíticos y visiones dentro del quehacer de la investigación lingüística, así como en relación con determinadas prácticas institucionales.
En el artículo que abre el volumen, Silke Jansen explora el papel que juegan las ideologías lingüísticas en la configuración de las percepciones de migrantes latinoamericanos (hispanohablantes) residentes en Alemania en torno a la dimensión lingüística de sus experiencias migratorias. Para ello se vale de un análisis de “narrativas de conflictos lingüísticos”, identificando y discutiendo las tres principales ideologías lingüísticas que atraviesan estos relatos: la ideología de Una Nación-Una lengua, la ideología de la lengua nativa estándar y la ideología del inglés como lengua global. La autora analiza cómo los participantes (quienes siguen un perfil de “skilled migrants”) se posicionan y negocian identidades sociales en sus reportes de experiencias de comunicación problemáticas, a la vez que las ideologías mencionadas otorgan forma y sentido a sus experiencias narradas. A este respecto, Jansen observa que –hasta cierto punto– algunos aspectos de tales ideologías son cuestionados por los participantes, por ejemplo, en relación con el uso exclusivo del alemán en Alemania o en relación con la creencia extendida de que la pertenencia lingüística depende esencialmente de un dominio lingüístico “perfecto” o “nativo”. Por otro lado, sin embargo, a la vez que resisten la marginación derivada de estas ideologías excluyentes, reproducen también en cierta medida el “dogma de la homogeneidad”, aspecto especialmente notorio para el caso de la noción del inglés como lengua global, en tanto que ideología central en los discursos de estos migrantes, asociada a ideas de cosmopolitismo o “ciudadanía global”.
En su artículo Milagros Vilar se enfoca en la gestión del multilingüismo en un hospital de la ciudad de Buenos Aires, Argentina, considerando particularmente un programa de mediación lingüística que funciona en esta institución sanitaria. Analizando entrevistas y documentos institucionales, la autora propone un examen de las formas en que diferentes actores institucionales intervienen, evalúan y toman decisiones relativas al uso del lenguaje, y de cómo estas acciones y discursos se hallan atravesados por ideologías lingüísticas. Al describir las concepciones acerca de la mediación que circulan en la institución, Vilar encuentra la prevalencia de la idea que construye al mediador como “tercer participante neutral” y al proceso de comunicación en cuestión como “conducto”, criticando a partir de ello una perspectiva institucional que, además de atribuir los potenciales problemas de comunicación al paciente, simplifica la complejidad de la práctica mediadora, ignorando el hecho de que esta práctica varía y se resignifica en cada interacción, en gran medida también, “en función de la posición que ocupan las personas en el entramado institucional”. Asimismo, la autora observa que el modelo propuesto se sustenta en ideologías monoglósicas, tanto vinculadas a una particular concepción del bilingüismo (como “monolingüismo plural”) que orienta la selección de personal como en relación con la naturalización del estatus dominante de la lenguas estándar u oficial, en detrimento de la diversidad de repertorios lingüísticos de muchos de los destinatarios. Por otra parte, identifica procesos de mercantilización del lenguaje al examinar ciertos discursos que evalúan las prácticas de mediación lingüística con base en parámetros como la efectividad, la productividad y la calidad, así como con la incorporación de nuevos actores e instrumentos para llevar adelante esta evaluación, orientándose al propósito de expandir un servicio sanitario que entiende el multilingüismo como un recurso explotable para generar nuevos clientes.
Ignacio Andrés y Alba Polo ofrecen en su artículo un abordaje etnográfico y sociolingüístico a un centro de acogida de menores extranjeros no acompañados (MENAS) en Aragón, España. Preocupados por considerar “la dimensión lingüística de(sde) los espacios que ocupan y desocupan [los MENAS] en su llegada al estado español”, y apoyándose en los planteamientos teóricos de las escalas sociolingüísticas (Blommaert 2021) y las relaciones sociolingüísticas (Weirich 2021) llevan a cabo un análisis que se pregunta por las lenguas y marcos escalares que emergen en este espacio institucional, así como orientado a la descripción de los valores, accesos y alcances adscritos a las lenguas allí presentes. En este sentido, se identifica el español y el dariya como las lenguas que reciben más apoyo en las dinámicas institucionales y las que “ocupan el espacio comunicacional del centro”, a la vez que otras lenguas como el mandinga o el amazigh son objeto de elisión y minorización en las dinámicas institucionales (lo que interpretan como un proceso de “desescalamiento” de estas lenguas). Por otra parte, dedicando especial atención a la (re)producción y funcionamiento de la ideología dominante en el centro, la integración a través de la lengua, Andrés y Polo observan que el aprendizaje del español se presenta como “mandato” vinculado claramente a la integración y estrechamente relacionado con las expectativas de los menores en cuanto a la obtención de documentación, su inserción laboral en el país y el futuro.
En su artículo, Katrin Pfadenhauer toma el caso de México para proponer una revisión crítica de la construcción discursiva del concepto de “español indígena” por parte de la investigación lingüística. Siguiendo un análisis metapragmático explora el surgimiento y la pervivencia discursiva de determinadas relaciones indexicales presentes en la construcción de este etnolecto. Así, por ejemplo, identifica como aspecto transversal de una mayoría de descripciones de la situación lingüística en México “un contraste fuerte entre la imagen de un español de la población indígena actual, que se percibe como defectuosa, y el estándar del español mexicano”. En tal sentido, además de visiones monoglósicas sobre la competencia “deficiente” de los hablantes bilingües mexicanos, la autora atestigua el borrado ideológico que supone la homogeneización en textos lingüísticos de las categorías de ‘indígena’ y ‘mestizo’. Sostiene Pfadenhauer que las descripciones lingüísticas presuponen una correspondencia directa entre el ‘español indígena’ como conjunto de variedades étnicas y determinadas formas lingüísticas (como el uso del doble posesivo), lo que interpreta como una forma de “invención” categorial con consecuencias problemáticas, en la medida en que excluyen las perspectivas de los propios hablantes y reflejan estereotipos interiorizados. Este argumento se intenta confirmar a su vez con una comparación preliminar que realiza la autora tanto con representaciones mediales que muestran el ‘habla de indio’ como con un particular registro oral, que recurre a formas caricaturescas para indexar a un grupo homogéneo de hablantes indígenas.
Cerramos el volumen con el artículo de Bolivar, quien presenta una aproximación al estudio de las actitudes lingüísticas de una comunidad escolar situada en una localidad fronteriza al sur de Brasil, caracterizada por el contacto lingüístico. Analizando datos recolectados entre niños en edad escolar, el autor propone analizar las actitudes lingüísticas hacia el alemán (una mayor parte de los alumnos son hablantes de variedades del alemán como el Hunsrückisch), hacia el español, el portugués y el guaraní, mostrando la apreciación actitudinal de tendencia positiva o negativa. Aunque no todas estas lenguas son habladas por el alumnado, sí se aprecian actitudes diferenciadas estas, siendo la lengua de instrucción y cotidiana, el portugués, la mejor evaluada, y el guaraní, la que más actitudes negativas recibe. El artículo, situado en un marco teórico sociolingüístico “clásico”, aporta tanto una aproximación a una comunidad poco estudiada, así como un acercamiento a las actitudes lingüísticas infantiles. En este sentido, como advierte el autor, cabe destacar que aún faltan estudios sobre actitudes e ideologías lingüísticas en niños de esas franjas etarias y, que, no obstante, estos son de gran interés y plantean cuestionamientos futuros sobre los “momentos de adquisición” e interiorización de actitudes e ideologías lingüísticas.
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