A lo largo del siglo XX, Venezuela se consolidó como una nación exportadora de petróleo, un rasgo crucial no solo en términos económicos, sino también políticos y culturales. Los discursos asociados a su condición de “nación petrolera” vincularon los proyectos futuros a la apropiación y distribución de la renta petrolera, sintetizados en la expresión “sembrar el petróleo”. Durante las últimas décadas, diversos proyectos políticos han dado contenido a esta consigna, apuntando a transformar la riqueza petrolera en una fuente permanente, autosostenible y que beneficie a todos los venezolanos. En este artículo, discutimos la fuerza de esta metáfora, dialogando especialmente con la obra de Fernando Coronil. Reflexionamos sobre cómo se naturalizan los efectos del petróleo, a pesar de que su distribución está relacionada con la capacidad de compra en el mercado externo derivada de su exportación. Analizamos, en contraste, la perspectiva de Juan Pablo Pérez Alfonzo, quien en las décadas de 1960 y 1970 criticó la dependencia petrolera utilizando la metáfora del “excremento del diablo”. Para él, la abundancia de divisas asociadas al petróleo conducía al despilfarro. Pérez Alfonzo proponía limitar la explotación petrolera para evitar los efectos negativos de la abundancia de divisas y promover un desarrollo económico sostenible. El texto asocia esta perspectiva crítica con los debates contemporáneos sobre el extractivismo en América Latina. Destacamos cómo autores como Eduardo Gudynas critican el modelo extractivista, señalando que la dependencia de la exportación de recursos naturales debilita los vínculos productivos internos y causa impactos sociales y ambientales adversos. Finalmente, reflexionamos sobre las promesas del nacionalismo petrolero y la crítica actual al extractivismo como claves para comprender la historia reciente de Venezuela y otros países de la región.
Renta petrolera, Venezuela, Siembra del petróleo, Extractivismo.
Throughout the 20th century, Venezuela established itself as an oil-exporting nation, a crucial trait not only in economic terms but also politically and culturally. The discourses associated with its status as a “nación petrolera” linked future projects to the appropriation and distribution of oil rents, encapsulated in the expression “sowing the oil”. In recent decades, various political projects have given substance to this slogan, aiming to transform oil wealth into a permanent, self-sustaining source that benefits all Venezuelans. In this article, we discuss the strength of this metaphor, engaging particularly with the work of Fernando Coronil. We reflect on how the effects of oil are naturalized, even though its distribution is related to the purchasing power in the external market derived from its export. We analyze, in contrast, the perspective of Juan Pablo Pérez Alfonzo, who in the 1960s and 1970s criticized oil dependency using the metaphor of the “devil's excrement”. For him, the abundance of foreign exchange associated with oil led to wastefulness. Pérez Alfonzo proposed limiting oil exploitation to avoid the negative effects of excessive foreign currency influx and to promote sustainable economic development. The text connects this critical perspective with contemporary debates on extractivism in Latin America. We highlight how authors like Eduardo Gudynas criticize the extractivist model, pointing out that reliance on the export of natural resources weakens internal productive links and causes adverse social and environmental impacts. Finally, we reflect on the promises of oil nationalism and the current critique of extractivism as key factors for understanding the recent history of Venezuela and other countries in the region.
Oil rent, Venezuela, Sowing the oil, Extractivism.
La historia contemporánea de Venezuela es inaugurada por el petróleo. El carácter contundente de esta frase, a pesar de prescindir de las necesarias profundizaciones, expresa con claridad el rasgo distintivo de la formación social venezolana de las primeras décadas del siglo XX hasta el presente. Sobre todo, expresa la manera como se articuló en términos discursivos la visión de la Venezuela moderna y su movimiento para el futuro con el petróleo. En pocos años, el petróleo pasó a vincularse de forma tan estrecha con la identidad venezolana, que el país comenzó a reconocerse cada vez más como una nación petrolera. Otros países del mundo extrajeron y exportaron petróleo, pero algunos de ellos, Venezuela de manera pionera, empezaron a definirse a sí mismos por esta condición. Como analiza Fernando Coronil, es interesante pensar los mecanismos por los cuales ciertos países vinculan sus identidades nacionales a sus productos de exportación:
Aunque las identidades de la mayoría de las naciones del Tercer Mundo han estado vinculadas de manera tan íntima con productos primarios de exportación específicos que en algunos casos se les ha identificado con ellos –bananos (América Central), petróleo (naciones miembros de la OPEP), café (Colombia y Brasil), nitratos y cobre (Chile), trigo y ganado (Argentina) y azúcar (Cuba)– ha resultado difícil desentrañar la significación económica, política y cultural de este vínculo. Si bien el caso venezolano es excepcional en ciertos aspectos, hace más visibles procesos que también conforman a otras sociedades del Tercer Mundo. (Coronil 2013: 111)
Nos interesa reflexionar sobre los significados de esta relación entre Venezuela y el petróleo a partir de los discursos que establecen este vínculo. Cabe decir inicialmente que el término ‘petróleo’ encierra complejas relaciones sociales, cuya comprensión es imposible bajo una mirada exclusivamente nacional. La extracción de petróleo en Venezuela se relaciona con su creciente importancia como fuente de energía a nivel mundial, atrayendo la atención de las principales compañías petroleras para las reservas existentes en el país. La actividad productiva de extracción del petróleo sería llevada a cabo por compañías foráneas con escasos nexos productivos con el país, aún más en los primeros años. El mismo petróleo extraído tendría como destino principal la exportación, quedando para el consumo interno en las primeras tres décadas de explotación (1920-1950) solamente 1,4% de los barriles extraídos (Baptista 2014: 74). La forma como la presencia del petróleo se hizo sentir de manera más duradera y extendida en el territorio nacional sería por medio de la remuneración a la propiedad de las reservas del petróleo, la renta petrolera. A lo largo de las primeras décadas de exportación masiva de petróleo, la consciencia que la propiedad pública de los yacimientos petroleros debería servir no solamente para facilitar el acceso de las empresas extractoras, pero igualmente a generar una remuneración que fuera captada por el Estado, más allá de los impuestos corrientes.
Este proceso, o lo que podemos llamar la ascensión de una consciencia rentística (Urbaneja 2013), fue paulatino en los primeros años de la explotación del petróleo. Inicialmente, la explotación del petróleo se concibió como una concesión por parte del Estado, buscando condiciones contractuales que no impusieran barreras para el desarrollo de esta actividad. Progresivamente este ejercicio de la propiedad nacional sobre los yacimientos fue utilizado para obtener una creciente renta captada por el Estado, siendo la Ley de Hidrocarburos de 1943 un hito decisivo de este proceso (Mommer 2003; Straka 2016).
De esta forma, el petróleo como una riqueza, a la vez natural y nacional, tomaría la forma de la renta asociada al ejercicio de su propiedad. Y, no menos importante, esta creciente riqueza era originalmente captada por el Estado quien pasó a cumplir el papel de mediador entre los terrenos nacional e internacional, así como entre las órdenes social y natural (Coronil 2013: 131). Esa doble mediación se tornaría una característica perenne del Estado venezolano.
En este artículo, buscamos discutir cómo el discurso sobre el petróleo se relaciona con las visiones sobre Venezuela y su movimiento para el futuro. Para eso, buscamos tratar de dos enfoques contrapuestos en la historia de la Venezuela petrolera. Por un lado, la idea de sembrar petróleo. Aunque no exenta de advertencias, los discursos asociados a la consigna cargan una visión optimista sobre el potencial del petróleo. Por otro, buscamos proponer una reflexión sobre la visión en la cual, lejos de representar una oportunidad, el petróleo sería una maldición, ilustrada por la metáfora del excremento del diablo. Desde una perspectiva histórica, nos interesa discutir las continuidades y rupturas de estas visiones contrapuestas presentes en la historia de Venezuela en el último siglo. Para ello, analizaremos textos representativos sobre el tema y buscaremos indicar algunos vínculos con los debates contemporáneos sobre el extractivismo1.
La consigna más influyente para abordar la cuestión del destino de la renta petrolera fue lanzada por Arturo Uslar Pietri a finales de los años 1930: “sembrar el petróleo”. La riqueza efímera del petróleo debía ser empleada para crear las condiciones necesarias para la generación de una riqueza permanente en la agricultura y la industria.
La asociación del petróleo con lo efímero, evocada por pensadores como Uslar Pietri y Alberto Adriani, recuerda a las violentas y fugaces fiebres del oro, bien representadas en la literatura de los Estados Unidos. El petróleo, al igual que el oro negro, era visto como una expresión de riqueza transitoria sobre la cual no se podía construir el futuro del país (Uslar Pietri 1936). Basar la política económica en una riqueza tan incierta equivalía a obtener un fugaz auge consumista en el presente, a cambio de pobreza futura.
Definida como la remuneración por la dilapidación de un “capital natural”, estos recursos deberían destinarse a crear las bases de una Venezuela post-petrolera (Baptista y Mommer 1987). Al lanzar tal consigna a través del editorial del periódico Ahora, Uslar Pietri presenta un cuadro desafiante. Pretende señalar las maneras de evitar que Venezuela se convierta en un parásito del petróleo, en el cual todas sus actividades productivas serían socavadas debido a la riqueza petrolera:
Urge crear sólidamente en Venezuela una economía reproductiva y progresiva. Urge aprovechar la riqueza transitoria de la actual economía destructiva para crear las bases sanas y amplias y coordinadas de esa futura economía progresiva que será nuestra verdadera acta de independencia. Es menester sacar la mayor renta de las minas para invertirla totalmente en ayudas, facilidades y estímulos a la agricultura, la cría y las industrias nacionales. Que en lugar de ser el petróleo una maldición que haya de convertirnos en un pueblo parásito e inútil, sea la afortunada coyuntura que permita con su súbita riqueza acelerar y fortificar la evolución productora del pueblo venezolano en condiciones excepcionales.
[...]
Si hubiéramos de proponer una divisa para nuestra política económica lanzaríamos la siguiente, que nos parece resumir dramáticamente esa necesidad de invertir la riqueza producida por el sistema destructivo de la mina, en crear riqueza agrícola, reproductiva y progresiva: sembrar el petróleo. (Uslar Pietri 1936)
Claramente, el autor defiende que los recursos originados del petróleo deben destinarse a la inversión, y no al consumo. Para Uslar Pietri, y para muchos otros posteriormente, el petróleo representa un riesgo para la nación venezolana, al alejarla de la actividad productiva debido a las facilidades proporcionadas por los abundantes ingresos petroleros. Ese destino deseable para los ingresos petroleros se fundamenta en la comprensión del autor sobre lo que constituía la naturaleza misma de esos ingresos. Para Uslar, no serían “ni una cosecha, ni una renta, sino el consumo continuo de un capital depositado por la naturaleza en el subsuelo” (Baptista y Mommer 1987: 34). De esta manera, al definir el origen y la naturaleza del ingreso petrolero, el autor establecía su destino adecuado: el “capital natural” debe convertirse en capital propiamente, bajo pena de dilapidación de un activo. Al definir el petróleo como capital natural, Uslar Pietri tiende a ignorar la decisiva cuestión de la transformación de la renta generada a partir de la propiedad sobre los yacimientos de petróleo en capital, y en qué medida existiría capacidad en el país para realizar esta transición. Aquello que Asdrúbal Baptista define como acumulación rentística de capital (2010) y la cuestión de los límites a la capacidad de absorción del capital en el territorio venezolano (Furtado 2008). Uslar solo temía la inundación de mercancías importadas y, para contrarrestar este riesgo, defendía, por un lado, el establecimiento de barreras aduaneras y cuotas de importación y, por otro, incentivos y apoyos estatales a las actividades productivas del país. A pesar de que la producción nacional fuera relativamente más cara, este sería el precio a pagar para construir una economía productiva que no dependiera del petróleo y pudiera subsistir después del fin de su explotación.
Arturo Uslar Pietri ocupó un lugar prominente en la política venezolana en los gobiernos de López Contreras (1935-1941) y Medina Angarita (1941-1945), además de ejercer la docencia en la recién creada Escuela Libre de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad Central de Venezuela. Con el inicio del trienio adeco en 1945 y la posterior década perezjimenista, el autor perderá centralidad política. Dos serán sus principales críticas a estos nuevos regímenes. Para el caso del gobierno de Acción Democrática, Uslar criticó la destinación del ingreso petrolero al consumo, ya que esto socavaba el proyecto de sembrar petróleo y alejaba a la población de las actividades productivas. Sobre todo a partir de la década de 1950, durante la dictadura de Pérez Jiménez, Uslar Pietri se vería confrontado no por la disyuntiva inversión versus consumo, sino por lo que se refiere a la propiedad del capital, ya sea pública o privada. A partir de esta década, se realizaron importantes inversiones estatales y se creó un sector de empresas públicas. En opinión del autor, la dependencia de la sociedad respecto al petróleo podría ser seguida por la dependencia respecto al Estado, que, de la condición de propietario del subsuelo, pasaría a la condición de propietario del capital, oponiéndose al uso de la renta petrolera para financiar empresas de propiedad estatal (Baptista y Mommer 1987).
La fuerza de la consigna “sembrar el petróleo” fue más allá de su propio contenido inicial, y sucesivos proyectos políticos buscaron llenarla con sus respectivas visiones del país, un movimiento que continúa hasta hoy. Así, el discurso petrolero democrático enfatizó que la siembra del petróleo no debía enfocarse únicamente en las inversiones, sino también en el consumo de la población (De Lisio 2005). Aunque recibiendo contenidos distintos, la persistencia de la “siembra petrolera” como consigna indica una característica perenne en el pensamiento político de la Venezuela petrolera: los destinos de la nación estarían determinados por el destino dado a la renta petrolera.
La consigna de “sembrar petróleo” se aleja de su planteamiento original, que proponía destinar la renta petrolera principalmente a fines productivos, especialmente agrícolas, expandiendo su alcance.
Así, la “siembra” ha pasado de su sentido original de propuesta que buscaba fortalecer una burguesía empresarial en el campo, a: sinónimo de inclusión social; soporte de la democracia; defensa de soberanía; compensadora de la deuda social interna; proyección de futuro y de esperanza; solución a la lucha de clases; es decir, de toda una gama de resignificaciones que han intentado los actores con pretensiones de dominación política que han aparecido en cada momento de dislocación de la articulación equivalencial hegemónica precedente. (De Lisio 2005: 230)
Uno de los rasgos comunes entre las distintas entonaciones, que explica el éxito y permanencia de la metáfora de la siembra, es la percepción de la importancia de la riqueza petrolera para los destinos del país y la centralidad del Estado para organizar su distribución. Por otra parte, la metáfora obtenía su fuerza por su capacidad de naturalizar los efectos del petróleo, justamente cuando este en su forma de dinero se distancia de su condición de objeto natural. Este fue uno de los aspectos identificados por Fernando Coronil: la peculiar relación entre la distancia del petróleo como objeto natural de la experiencia venezolana con la naturalización de sus efectos cuando asume la forma de dinero de la renta petrolera:
El petróleo se conceptualizaba principalmente como una forma de dinero. Resulta paradójico que en un momento en el cual el petróleo como sustancia material estaba siendo, por tanto, más socializado -despojado de su materialidad natural y transformado apenas en otra palabra para designar al dinero- en tanto dinero se renaturalizaba, al asignarle poderes naturales y tratarlo como fuerza externa. (Coronil 2013: 433)
En este sentido, la mencionada doble mediación del Estado venezolano entre, por un lado, los ámbitos nacional e internacional y, por el otro, las órdenes natural y social, permite hacer del Estado el que logre sembrar el petróleo, convirtiendo así una riqueza natural destinada a la exportación en una riqueza nacional destinada al desarrollo de la nación.
La consigna de sembrar el petróleo, como vimos, obtuvo gran fuerza en el discurso político venezolano y contribuyó a configurar la manera en que fue percibida la relación del país con el petróleo. Los sentidos fueron muchos, pero en todos ellos estaba la idea de que esta era una gran oportunidad para el país, que no podía perderse. En las próximas líneas discutimos otra visión del petróleo, para la cual éste representa, sobre todo, un riesgo para el país. No se trataba solamente de manejar bien esta riqueza, sino que era vista como una bendición dudosa de por sí.
Juan Pablo Pérez Alfonzo, figura destacada en la historia petrolera de Venezuela, fue uno de los principales artífices del nacionalismo petrolero y, paradójicamente, uno de sus críticos más agudos, especialmente cuando esta estrategia alcanzó su apogeo con la nacionalización del petróleo. En los gobiernos de Acción Democrática de las décadas de 1940 y 1960 fue ministro de Fomento y de Energía y Minas, respectivamente, contribuyendo a gestar una estrategia de ampliación de la recaudación fiscal petrolera, uno de los vértices de su pentágono petrolero (Pérez Alfonzo 1967). Ya en la década de 1960, pero sobre todo a partir del auge de los precios del petróleo en la década de 1970, se convirtió en un crítico agudo de los efectos del enorme aflujo de divisas provenientes de la exportación de petróleo. No se trataba en este caso de cuestionar la apropiación excesiva por parte de las compañías del excedente petrolero, tema central para el discurso nacionalista, sino de alertar sobre los riesgos representados por el mayor volumen de divisas disponibles. Uno de sus últimos libros, “Hundiéndonos en el excremento del diablo”, expresa este nuevo énfasis, rescatando una antigua metáfora para referirse al petróleo (Pérez Alfonzo 2011).
La presión de los intereses privilegiados, cómplices de las transnacionales, privó sobre gobiernos poco preparados para administrar riqueza colectiva tan engañosa. No alcanzaron a comprender la imposibilidad de inversión razonable de semejante dinero, en divisas extranjeras, verdaderas órdenes de pago para obtener mercancías y servicios comprados fuera del territorio nacional. Semejantes divisas caídas del cielo no resultaban sembrables. (Pérez Alfonzo 2011: 41, cursivas nuestras)
Como podemos ver en el texto mencionado arriba, para Pérez Alfonzo la renta petrolera se asemeja a órdenes de pago para la compra de mercancías y servicios fuera del territorio nacional. Una imagen que ilustra la desconfianza de uno de los principales artífices de la política petrolera nacionalista, con la voluminosa cantidad de divisas disponibles durante el auge petrolero de los años 1970 y las apuestas de que estas podrían proporcionar un futuro desarrollado, si fueran adecuadamente sembradas. Afuera el tono polémico, nos interesa esta afirmación, pues remite a las características propias de la renta petrolera como punto de partida para analizar su destino. Debatir la distribución de la renta petrolera es debatir la distribución de un poder de compra en el mercado externo, a ser realizado allí. Tener en cuenta esta condición es decisivo para pensar en las contradicciones relacionadas con su “siembra”.
Más allá de los distintos destinos posibles para la renta petrolera, Pérez Alfonzo en algunos de sus textos califica la siembra del petróleo como imposible, siendo necesariamente destinada a lo que llama de despilfarro:
Considero la situación de despilfarro de la riqueza petrolera como algo engendrado por la naturaleza misma de esa riqueza. Igual sucedería de haberse descubierto un verdadero El Dorado u otro enorme tesoro oculto, desproporcionado al volumen normal de bienes y servicios producidos por las actividades económicas del país. La riqueza no ganada fuerza el despilfarro al no obligar a la práctica y al entrenamiento en las propias actividades económicas de la colectividad […] Mi convicción sobre la imposible siembra del petróleo me lleva a la conclusión de que la única medida eficaz contra el despilfarro de esa riqueza se concentra en reducir drásticamente su liquidación para poner un techo al ingreso fiscal proveniente de la liquidación de ese activo nacional. (Pérez Alfonzo 2011: 278, cursivas nuestras)
Para Pérez Alfonzo, lejos de ser una bendición, el petróleo engendra despilfarro debido a su naturaleza misma: es una riqueza no ganada, que no requiere esfuerzo productivo y, por tanto, no fomenta el desarrollo económico sostenible. Tratase de una visión distinta en relación a los discursos alrededor de la siembra petrolera. En ellos está presente una advertencia sobre los riesgos asociados al petróleo y una alerta sobre caminos que pueden revelarse como desastrosos para el país. Pero tal destino no tiene que ver con la propia naturaleza de la riqueza petrolera sino más bien con la manera como es administrada.
La visión de Pérez Alfonzo en la década de 1970 es distinta. Al comparar el petróleo a un tesoro desproporcionado, sugiere que la abundancia de divisas provenientes del petróleo crea una dependencia peligrosa que debilita la capacidad del país para diversificar su economía y genera una gestión irresponsable de los recursos. Esta riqueza fácil no obliga a la sociedad a desarrollar habilidades productivas ni a gestionar el recurso de manera eficiente, lo que provoca un mal manejo generalizado. Para él, la única solución viable es limitar drásticamente la explotación del petróleo, estableciendo un techo al ingreso fiscal proveniente de este recurso, para evitar que la riqueza siga siendo mal utilizada. En este caso, no se trata de encauzar la riqueza originada del petróleo para fines productivos sino más bien de limitarla.
Otro punto para destacar es una visión crítica sobre el manejo discrecional de la renta petrolera a partir de decisiones tomadas en el ámbito del Estado. Desde esta perspectiva, la propiedad estatal sobre el subsuelo, y por ende sobre la renta vinculada a ese ejercicio de propiedad, permitiría distribuirla por la vía de los gastos e inversiones públicas. El énfasis está en la dimensión fiscal de la distribución de la renta petrolera. Esta sería la dimensión visible, explícita, intencional del proceso de distribución, un aspecto igualmente presente en la metáfora de la siembra petrolera: la posibilidad de decidir la asignación de los recursos. Esta posibilidad de dirigir el uso de la renta petrolera va ser igualmente problematizada por Pérez Alfonzo, indicando los destinos no premeditados como el aumento de las importaciones y la fuga de divisas para cuentas en el exterior.
La metáfora utilizada por Pérez Alfonzo, el excremento del diablo, va a ser retomada recientemente por Eduardo Gudynas desde otra clave, la crítica del extractivismo. Con el significativo título El petróleo es el excremento del diablo. Demonios, satanes y herejes en los extractivismos, Gudynas ahonda en las metáforas:
Los extractivismos son una de las expresiones actuales más claras del dogmatismo propio de una fe profundamente arraigada en las ideas del desarrollo, del progreso y de la apropiación de la Naturaleza como mediadores del bienestar humano. Son creencias y saberes profundamente arraigados, que preceden a las ideologías políticas, ya que las tiñen a todas ellas.
Las imágenes del diablo sirven para mostrar la cara oscura y violenta de los extractivismos contemporáneos. Desde esa fe se aceptan y legitiman todas las violaciones de los derechos de las personas y de la naturaleza (extrahecciones). (Gudynas 2016: 163)
En su uso de la metáfora del diablo, Gudynas enfatiza la dimensión de seducción de la dinámica extractivista. Su fuerza especial radica en convertirse en el vehículo para obtener una capacidad de compra en el mercado mundial.
Como ya discutimos en otro momento, a lo largo del siglo XXI en el contexto de un nuevo auge de los precios de los productos primarios de exportación hubo un cambio de perspectiva, sobre todo a partir de las crisis de las experiencias de gobiernos progresistas asociados al llamado boom de las commodities. También este cambio de perspectiva sobre esta idea de riqueza natural.
Procesos que hasta entonces eran vistos desde la perspectiva de la soberanía sobre los recursos naturales, ahora serán vistos desde la crítica a un modelo de desarrollo centrado en la especialización en la exportación de la naturaleza, el modelo extractivista. Un modelo que se caracteriza, sobre todo, por un modo de apropiación de los recursos naturales, con escasos vínculos productivos en el territorio y destinados, en su mayor parte, a la exportación. (Ribeiro 2023: 194)
En este caso, emerge una visión crítica sobre el petróleo desde la crítica al extractivismo. Las pautas y los embates desde el nacionalismo petrolero son desplazados para una crítica más amplia a una forma de sociedad destinada a la exportación de naturaleza (Coronil 2013) y que va socavando sus propios vínculos en y con el territorio (Terán Mantovani 2017). En este caso, la crítica sobre el flujo desproporcionado de divisas se profundiza demostrando como estas terminan transformándose en el eje organizador de las actividades económicas. El binómio extracción-importación asume una centralidad que contribuye para socavar los vínculos productivos en el territorio.
En este artículo empezamos destacando la identificación entre determinados países y sus productos primarios de exportación. Plantear esta cuestión es una tarea necesaria pues justamente parte de la fuerza de estos vínculos está en su naturalización. El caso de Venezuela es particularmente relevante, tanto por su carácter pionero en la identificación con el petróleo como por la permanencia de esta asociación durante más de un siglo.
Llamamos la atención al trabajo discursivo para tejer este vínculo, en especial mediante el uso de ciertas metáforas que contribuyen para estructurar la relación entre Venezuela y el petróleo. De manera sumaria, nos concentramos en la metáfora de la siembra del petróleo y del excremento del diablo, como dos polos de una relación, que de maneras opuestas afirman la centralidad del petróleo en la identidad nacional.
Buscamos además indicar como lo que se llama petróleo lejos de ser tan solo un objeto natural depositado en el subsuelo del territorio venezolano, es la expresión de un recurso mundialmente demandado y que obtiene su valoración justamente del mercado mundial.
Pero, ¿qué relación tiene Venezuela con el mercado mundial? Esta desarrolla una peculiar relación de exterioridad. El petróleo estrecha sus vínculos con el mercado mundial, pero reproduce una relación de exterioridad, es decir, la presencia de una renta de la tierra internacional permite aproximarse en términos de capacidad de compra a los centros organizadores del mercado mundial, sin embargo, la distancia en términos productivos se mantiene y, en ocasiones, se profundiza. El petróleo, como expresión del mercado mundial en Venezuela, define la forma en que Venezuela será incorporada en el mercado mundial.
El Estado venezolano se ha presentado como el hacedor de milagros que podía convertir su dominio de la naturaleza en fuente de progreso histórico. Pero debido en buena medida al hecho de que mucho de su poder se deriva de los poderes del dinero proveniente del petróleo en vez de ser producto de su dominación de la naturaleza, el Estado se ha visto limitado a producir actos de magia en vez de milagros. (Coronil 2013: 469)
Desde la siembra petrolera hasta el excremento del diablo, el petróleo ha gozado de variada reputación. Pasaporte para el futuro o maldición, la historia contemporánea de Venezuela fue escrita con esta tinta. Tal vez el diablo no habite en el petróleo, sino en las metáforas.
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