La etnografía es a veces entendida como un método o una teoría para la investigación empírica, otras tantas como un conjunto de herramientas para describir el contexto, o incluso como un conjunto de estrategias de investigación. De hecho, el término “etnografía” es altamente polisémico por lo que adquiere acepciones muy diversas según los contextos y tradiciones de investigación en que se emplee. En el contexto de este número monográfico, se entenderá la etnografía como un programa de investigación (Blommaert y Jie 2010) que se centra en el análisis situado de prácticas sociales en su dimensión comunicativa (Carranza 2013). Esto implica alejarse de conceptualizaciones que entienden la etnografía como un componente específico y discreto de investigación para así poder pensarla como un conjunto de compromisos transversales que –de manera situada– dan forma a los posicionamientos teóricos, las preguntas de investigación, los objetivos, las formas de recabar/generar datos y su análisis. Como todo programa de investigación, la etnografía es, en gran medida, articulable con otros programas. Por ejemplo, dentro de la lingüística existen articulaciones entre la etnografía y el análisis del discurso, la sociolingüística o el análisis de la interacción, entre otros. Sin embargo, una articulación de este tipo siempre necesita ser acompañada por un reconocimiento explícito de sus potencialidades y, sobre todo, de sus límites y limitaciones (Hammersley 2005; Kress 2011; Canale 2023).
A pesar de que por mucho tiempo la etnografía fue disputada entre la antropología y la sociología, las investigaciones etnográficas también han sido centrales en el desarrollo de una variada gama de disciplinas, de espacios interdisciplinares y transdisciplinares. En particular, el programa etnográfico cuenta con un largo recorrido en la lingüística, aunque no siempre haya tenido la misma fuerza o visibilidad. Dependiendo del momento histórico, la región geográfica y la tradición académica en cuestión, las prácticas etnográficas en los estudios del lenguaje aparecen ligadas a sub-disciplinas y denominaciones diversas: antropología lingüística, lingüística antropológica, etnografía de la comunicación, etnografía lingüística, lingüística aplicada, lingüística cultural, sociolingüística etnográfica, entre otras. Más allá de las diferencias que estas denominaciones conllevan, existe un factor común entre todas ellas: la orientación etnográfica permite “comprender mejor qué es lo que los textos ‘hacen’ a nivel de las prácticas sociales” (Zavala 2020, 204).
La etnografía ha cumplido un rol importante en el desarrollo de los estudios lingüísticos sobre/del español en áreas como el análisis de la conversación, la pragmática, el análisis del discurso, la sociolingüística, entre otras. En muchos de estos casos, la etnografía es, programáticamente, un adjetivo más que un sustantivo (Macgilchrist y Van Hout 2011) en tanto quienes investigan denominan sus trabajos como “etnográficos” o “con una orientación etnográfica” y no necesariamente como “etnografías”. Esta estrategia denominativa busca dejar en evidencia las negociaciones programáticas entre la labor lingüística y la labor etnográfica en que la etnografía “amplía” (opens up) el foco de la lingüística y la lingüística “ancla” (ties down) el trabajo analítico etnográfico (Rampton et al. 2004).
A través de los estudios etnográficos en lingüística se han logrado un conjunto de interpretaciones situadas, detalladas, finas y exhaustivas de las formas en que lxs hablantes construyen significados en su vida cotidiana en torno a prácticas sociales y lingüísticas propias y ajenas. Sin embargo, no abundan las reflexiones teórico-metodológicas colectivas en los estudios lingüísticos de/sobre el español, aunque contamos con excepciones importantes como la colección editada por Codó, Patiño Santos y Unamuno (2012), entre otras.
En las últimas décadas, los estudios etnográficos han comenzado a discutir arduamente las complejidades que resultan de los procesos de masificación y digitalización de datos así como la creciente virtualización y virtualidad de prácticas sociales, que han impulsado diversas formas de investigación etnográfica más allá de lo offline o “fuera de línea”. De hecho, se han acuñado términos para denominar los estudios etnográficos de prácticas sociales que no se dan estrictamente en el mundo “cara a cara”, a saber: ciberetnografía, etnografía digital, etnografía virtual, etnografía del discurso en línea, etnografía de/en la red, etnografía de espacios virtuales, entre otros (Varis 2016). La discusión en torno a cuáles son —y hasta dónde existen- diferencias entre los estudios etnográficos offline y online no está para nada saldada. A pesar de este debate en curso, podemos afirmar que un abordaje de los fenómenos lingüísticos digitales o en contextos digitales e híbridos requiere de algunas reconsideraciones, readaptaciones y flexibilizaciones si se compara con la labor etnográfica offline y cara-a-cara (Hine 2015; Hjorth, Horst Galloway y Bell 2017). En este sentido, la investigación etnográfica de los últimos años ha provocado discusiones y revisiones importantes en torno a cuestiones teóricas, prácticas, analíticas y éticas que muchas veces son caracterizadas como nuevas y otras tantas como una reconfiguración de los mismos desafíos de siempre (ver, por ejemplo, Domínguez et. al 2007). A modo de ejemplo, se han reactivado discusiones en torno a la dicotomía online/offline, a la definición de contexto y a las categorías de tiempo y espacio, entre otras (Estrella y Ardèvol 2007; Szabla y Blommaert 2020). ¿Se trata entonces de nuevos desafíos que conllevan a una redefinición productiva de los postulados, prácticas y técnicas etnográficas “tradicionales” o se trata simplemente de una continuidad en la revisión de conceptos que, en principio, no implican un cambio profundo en las formas de pensar y hacer etnografías? ¿Cómo impacta esto en los estudios lingüísticos de corte etnográfico? ¿Qué tienen para aportar lxs lingüistas a esta discusión?
El presente número monográfico, titulado Estudios lingüístico-etnográficos del español en contextos digitales, reúne una colección de investigaciones y debates teórico-metodológicos de autores de América del Sur y Europa. Se trata de trabajos que, adoptando un compromiso con la labor etnográfica que va más allá de la mera técnica o el pragmatismo, se orientan a la etnografía como un programa de investigación en articulación con enfoques socioculturales del lenguaje. Por la variedad de campos de identificación primaria de lxs autores y por los propósitos específicos de sus investigaciones, cada artículo muestra una forma distinta de pensar, diseñar y plasmar “lo etnográfico” así como también una forma específica de articularlo con otros programas de investigación dentro de los estudios del lenguaje. Sin embargo, en todos los casos se ofrecen reflexiones situadas y críticas sobre las implicancias, compromisos, beneficios e incluso limitaciones de este tipo de ejercicio de investigación. De hecho, se podría argumentar que dentro del programa etnográfico no habría forma de pensar estos componentes por fuera de la situacionalidad de cada investigación (Domínguez et al. 2007).
A modo de aclaración, corresponde puntualizar tres elementos del título del presente volumen. Por un lado, “lingüístico-etnográfico” no busca reforzar una dicotomía entre la lingüística y la etnografía, sino más bien, como se discutió más arriba, pretende presentar el campo de investigación en cuestión como un compromiso programático compartido, con las potencialidades y tensiones correspondientes. En segundo lugar, “del español” no presupone ontológicamente la categoría “lengua” ni tampoco presuponer que las prácticas lingüísticas son monolingües. A falta de un mejor término, “del español” busca captar la mayor diversidad posible de prácticas lingüísticas en que se movilizan recursos que, para las propias comunidades, se asocian al epifenómeno “español”. De igual modo, también se incorporan prácticas lingüísticas que se asocian a otras lenguas, como dejan en evidencia algunos de los artículos. Finalmente, la expresión “en contextos digitales” alude tanto a contextos exclusivamente digitales como a otros contextos con diversas formas de hibridación entre lo virtual y lo presencial, lo online y lo offline, lo sincrónico y lo asincrónico.
El objetivo de este monográfico es doble. Por un lado, el volumen ofrece un espacio colectivo de discusión en torno a la investigación de corte etnográfico-digital en los estudios lingüísticos de/sobre el español. Este tipo de espacio resulta particularmente relevante para la socialización y discusión de la agenda etnográfica dentro de la comunidad lingüística más amplia. Por otro lado, el monográfico también sintetiza el conocimiento previo de manera de hacer que avancemos en este campo. Cada artículo por separado –y la colección en su conjunto– realiza un aporte al estado del arte que habilita nuevas discusiones y que reelabora otras tantas discusiones anteriores.
Evidentemente, el monográfico no intenta ni puede representar todo el campo de investigación. Tampoco pretende discutir todos los puntos del programa etnográfico en los estudios del lenguaje. Por el contrario, el objetivo es mucho más acotado: destacar algunos puntos teóricos, metodológicos y analíticos centrales pera pensar críticamente las investigaciones etnográficas de/en entornos digitales con el fin de reunir diversas formas de “hacer trabajos etnográficos” en los estudios lingüísticos.
En 1990 Roger Sanjek editó el libro Fieldnotes: The makings of Anthropology en que se discuten diversas prácticas etnográficas en torno a las notas de campo y el diario de investigación. En 2016 el mismo autor –junto con Susan W. Tratnet– reeditó el libro incorporando nuevas contribuciones y un nuevo título: eFieldnotes: the Making of Anthropology in the Digital World. Mientras que ambas ediciones mantienen un objetivo similar, la reedición evidentemente requirió de la adición de un elemento ya instalado en las etnografías de este siglo: la digitalidad. La obra no discute solamente la tecnología digital en términos de soporte o medio material para el registro, sino también varios aspectos ligados con la digitalidad de ciertas prácticas sociales y el futuro de la investigación etnográfica en este respecto. Este aspecto es de especial relevancia en tanto la investigación etnográfica de corte crítico no solamente describe, sino que también busca diseñar y transformar los futuros posibles.
La pos-digitalidad –como proceso histórico pero también como crítica política– ha tensado binarismos del tipo digital/analógico, online/offline, técnico/social (Macgilchrist 2023). También ha permitido destronar mitos sobre lo online y lo virtual como fenómenos monolíticos (Kraemer 2017). El diseño, el funcionamiento y las propias prácticas socio-tecnológicas cotidianas apuntan a esta tensión, reclamando una redefinición conceptual. No se trata necesariamente de adoptar una posición celebratoria o condenatoria de la tecnología y de las prácticas virtuales, digitales, online, etc., sino más bien de una posición que permita entender los funcionamientos tecnológicos en la vida social, la ubicuidad de la tecnología en varias esferas de la vida y, sobre todo, entender cómo estos fenómenos reformulan, reelaboran y rearticulan mecanismos, prácticas y asimetrías de poder ya existentes en la vida social, al mismo que reelaboran diversas formas de resistencia a ellas.
En esta dirección, la agenda etnográfica ha virado hacia nuevos espacios, nuevas configuraciones de prácticas sociales y formas de comunicación que requieren de una discusión en torno a la globalidad del programa etnográfico y también en torno a sus aspectos locales. En los siguientes apartados se presentan muy someramente tres puntos (tiempo, espacio, aspectos éticos) para contextualizar tanto esta discusión como también los textos que componen el monográfico.
Para comenzar debe señalarse que, aunque en los próximos apartados separo las categorías tiempo y espacio, evidentemente esta separación es artificiosa y solamente posible en términos teórico-analíticos.
El trabajo etnográfico generalmente requiere de un compromiso sostenido a lo largo del tiempo por parte de quien investiga de manera de ir “más allá” de lo que lxs participantes puedan comentar en una entrevista o en una conversación informal. En palabras de Saucier Lundy (2008), esto permite captar aquellos aspectos de los encuentros sociales cotidianos que de lo contrario pasarían desapercibidos. Partiendo de la idea de que la etnografía es un proceso de aprendizaje (Brice-Heath 1983) que busca captar la heterogeneidad de la visa social (Agar 1996), el compromiso sostenido en el sitio de investigación –canalizado a través de la observación sistemática, la participación, etc.– permite la co-construcción de conocimiento (Rockwell 2009). En última instancia, es a través de este compromiso sostenido que se logra una descripción densa (Maxwell y Mittapalli 2008).
En las últimas décadas –incluso en las etnografías completamente offline– se han propuesto estudios donde el tiempo de observación y participación son considerablemente menores, compensando esto con una mayor variedad de fuentes de generación de datos. Esto ha dado lugar a nuevas denominaciones que dan cuenta de un compromiso etnográfico fragmentado y comprimido, como las etnografías focalizadas (Knoblauch 2005) o las multisituadas (Marcus 1995), entre otras. Para muchxs es la propia dinámica social del sitio de investigación y de las prácticas sociales la que conduce a este tipo de etnografías. Por ejemplo, en una investigación etnográfica sobre políticas lingüísticas, Walford (2002) plantea restricciones teóricas, metodológicas, administrativas e incluso burocráticas que obstaculizan la forma ideal de compromiso sostenido en el sitio de investigación. Además, agrega que el seguimiento de una política lingüística, desde su diseño hasta su implementación, implica seguir textos y prácticas que migran muy rápidamente en tiempo y espacio por lo que resulta difícil situarlas en puntos espacio-temporales concretos. Su empleo de la expresión “etnografía comprimida” puede entenderse no solo como una compensación metodológica frente a fenómenos donde no se pueda lograr el compromiso ideal, sino también como una metáfora sobre las condiciones temporales y espaciales de los procesos sociales actuales. Sin embargo, para otrxs estos tiempos y dinámicas de las etnografías posmodernas no logran captar categorías centrales como el valor de la historia y del relato en la etnografía, por lo que reclaman la necesidad de una ralentización (Stoller 2020).
En el caso específico de las etnografías de/en entornos digitales, la fragmentación y compresión temporal –y también espacial– es más que evidente, proponiendo/imponiendo también diversas técnicas de observación y formas de compromiso a quien investiga (Gray 2016). Además, las prácticas de observación implican la reformulación de los tiempos online –sincrónicos y asincrónicos– tanto del analista como de las personas involucradas en las prácticas en cuestión. Esto hace que generalmente quien investiga deba tomar “rutas” temporales específicas, con decisiones concretas sobre qué trayectos se seguirán, qué aspectos temporales de las prácticas se lograrán captar y cuáles serán, por defecto, excluidos.
El punto anterior nos conduce a otro aspecto importante en la discusión de las etnografías en/de contextos digitales: la redefinición de la noción de “sitio de investigación” a través de la redefinición de la categoría de espacio. Lejos de pensarlo como un espacio estático, exterior y pre-definido, el sitio de investigación es el resultado de un proceso activo de co-construcción; es decir, el sitio de investigación también cobra existencia a través del trabajo etnográfico (Atkinson 2015). Esto, evidentemente, ocurre en todo estudio etnográfico, incluso en los que son completamente offline.
Aunque la definición del espacio es generalmente un requisito previo a la investigación etnográfica (Burrell 2017), el espacio semiotizado, en este caso el sitio de investigación, no es una entidad pre-existente que espera ser descubierta por lx etnógrafx; por el contrario, es el resultado constante de un arduo trabajo de relaciones y compromisos sociales situados (Amit 2001). En esta dirección, las tecnologías no son artefactos que simplemente “están” en tiempo y espacio, sino que, en interacción con otros artefactos tecnológicos y con los humanos, juegan un rol importante en la construcción social de estos espacios (Parini y Yus 2023).
En este respecto, las investigaciones de Hine (2015, 2017) fueron pioneras en la reflexión sobre el espacio y el sitio de investigación en las etnografías virtuales. A lo largo del tiempo, la autora se ha enfocado en diversas relaciones entre lo offline y lo online, pasando del estudio de prácticas estrictamente online a prácticas que (des)articulan, de diversas maneras, lo online y lo offline. En un sentido similar en el que Walford (2002) apuntaba a la necesidad de perseguir los procesos de creación de significados a través de distintos contextos (offline), Hine deja en evidencia que en las etnografías offline/online resulta extremadamente difícil localizar el trabajo en uno u otro extremo, ya que ambos se articulan y desarticulan momento a momento. Por el contrario, la autora entiende que este tipo de trabajo debe perseguir redes de conexión —prácticas— a través de estos espacios híbridos. De hecho, el sitio de investigación, argumenta Hine, pasa a ser constituido por la agencia de quien investiga al decidir qué tipos de conexiones y redes seguir y de realizar ciertos tipos de trayectos y no otros.
De lo anterior se desprende que las prácticas etnográficas en estos contextos requieren de una revisión de tiempo y espacio en términos de pensar qué implica “estar ahí” y “estar en ese momento” (being there and being then, Gray 2016).
La cuestión ética es central al trabajo etnográfico y atraviesa todas sus dimensiones. En las últimas décadas, las reflexiones al respecto han sido motor sobre todo de las etnografías críticas y decoloniales. Resulta evidente que en este apartado no se pueden enumerar todas las cuestiones éticas que presenta el trabajo etnográfico –además del hecho de que muchas de ellas resultan del propio trabajo situado y no constituyen necesariamente problemas con respuestas universales. Por ello, en esta sección me delimitaré a esbozar solamente algunas de ellas.
En un nivel general, la práctica narrativa en la etnografía siempre conlleva grandes cuestiones éticas. Quien investiga en colaboración/con/sobre comunidades tiene en cierta medida el control narrativo de varios aspectos de la investigación y es quien, en última instancia, toma decisiones representacionales importantes (con excepciones parciales como por ejemplo las etnografías colaborativas). Dicho de otro modo, quien narra el trabajo etnográfico decide qué relata, cómo relata, qué destaca y qué deja en un segundo plano. Estas narrativas pueden eventualmente estar al servicio de la continuidad o del cambio social, del statu quo o de la transformación, ya sea perpetuando o intentando destronar estereotipos y discursos instalados a nivel social. Por ello, las elecciones narrativas que tomamos son de suma importancia (McCarty 2012). Por ejemplo, en el caso de los estudios sobre el uso de tecnologías en la educación han abundado narrativas dicotómicas –celebratorias y condenatorias– de la tecnología y su uso en el aula que reforzaron dos grandes estereotipos ya establecidos a nivel social: la tecnología como utopía y como distopía. Estos binarismos en cierto modo obstaculizaron, en un primer momento, la reflexión sobre las complejidades técnicas, políticas, económicas y culturales en torno a las políticas tecnológico-educativas (Canale 2019), que van mucho más allá del “sí” o “no” a la introducción de nueva tecnología en el aula.
El trabajo etnográfico digital, virtual y online también enfrenta otras varias cuestiones éticas a escalas más concretas. Por ejemplo, en lo que respecta a la generación/recolección de datos, el acceso a big data y el manejo de datos e interacciones posteados en línea también conllevan recaudos específicos. En primer lugar, existe una multiplicidad de datos disponibles y de interacciones virtuales/digitales en que la individualidad, la identidad personal o incluso la condición de humano no están aseguradas: perfiles falsos, bots, perfiles comprados por empresas u organizaciones para aumentar los likes, para postear comentarios positivos o negativos sobre un producto, etc. (CIBORGA 2022). Toda esta diversidad de interacciones posibles dejan en evidencia un panorama comunicativo amplio y complejo, que debe ser atendido en mayor detalle por parte del analista para no reproducir las mismas lógicas de poder que los propios espacios digitales puedan esconder.
Además, los datos de acceso abierto y la gran disponibilidad de textos e interacciones en línea han generado discusiones éticas en torno a la necesidad de protocolos de investigación más estrictos o, incluso, a la necesidad de diferenciar entre información pública y dato disponible para la investigación, entendiendo que el trabajo etnográfico idealmente debería partir del conocimiento y el acuerdo de las personas y/o grupos involucrados (Juan y Bürki 2022). Esto también ha generado otros debates en torno a la supuesta objetividad de los datos obtenidos de bases de datos digitales, reclamando la necesidad de discutir abiertamente los problemas en torno a visibilidad e invisibilidad en los estudios de medios, sobre todo en lo que respecta a los mecanismos –explícitos e implícitos– en los procesos de disponibilización, organización, categorización e incluso en la definición de qué cuenta como “dato” o no en estos espacios (Fahimi et al. 2024).
Finalmente, el acceso –muchas veces pago– a grandes archivos y bases de datos digitales también conlleva implicancias éticas importantes, aunque posiblemente menos discutidas. Estos espacios generalmente persiguen vínculos comerciales que requieren de una revisión ética –y también práctica– de las investigaciones. El acceso restringido y pago a bases de datos, archivos digitales, etc. no solo implica una comercialización que favorece la industria privada por sobre el bien común del conocimiento, sino que además, en la práctica, también tiende a reproducir los problemas ya existentes de acceso, financiación y posibilidades de investigación en distintas regiones del mundo. Dicho de otro modo, qué y cómo se puede investigar en los contextos digitales está muchas veces signado por asimetrías de acceso económico y de financiación ya existentes en las universidades, instituciones financiadoras, etc.
Este volumen monográfico está compuesto por cinco textos. El primer texto está constituido por la presente introducción al volumen. En el segundo texto, las investigadoras brasileñas Thaís Elizabeth Pereira Batista, Joana Plaza Pinto, Carolina Fernanda Soares Silva y Ana Luiza Krüger Dias ofrecen una rigurosa discusión teórico-metodológica en torno a las etnografías digitales para los estudios lingüísticos. Adoptando una postura performativa del lenguaje, las autoras se centran en la discusión en torno a la complejidad del lenguaje y de la big data en el contexto social, político y económico de distribución desigual de recursos. Esto les permite articular aspectos teóricos, metodológicos, analíticos y éticos sumamente importantes para quien adentra en la etnografía en/de contextos digitales. Del mismo modo, el artículo argumenta con claridad cómo la performatividad del lenguaje moldea y a la vez es moldeada por los entornos digitales, haciendo entonces de la etnografía digital una práctica que no es meramente descriptiva, sino también crítica en tanto práctica ética situada.
En el tercer artículo, Viriginia Zavala presenta una discusión pormenorizada de las implicancias de pensar la etnografía como un enfoque “creativo” que se adapta a las condiciones/condicionantes que encuentra, incluso a la digitalidad. A través del análisis de dos casos de estudios etnográficos realizados en Perú que se enfocan en diversas prácticas del lenguaje, la autora muestra cómo las premisas metodológicas de una orientación etnográfica se van redefiniendo en la tensión entre posibilidades y necesidades. Cada caso remite a prácticas digitales específicas: mientras que en el primer caso se trata de la interacción entre medios tradicionales y sociales, en el segundo caso se aborda el rol que pueden tener los datos digitales para enriquecer etnografías offline. Ambos casos muestran especificidades interesantes en torno al foco del estudio, el posicionamiento y la participación de la investigadora y el rol que cumplen prácticas virtuales, digitales, online y offline en la construcción de debates ideológicos en torno al lenguaje. Del mismo modo, ambos casos discuten cuestiones similares en torno a la neoliberalización de la vida en sociedad.
En el cuarto artículo, Pablo Albertoni estudia las ideologías del lenguaje e iniciativas de activismo lingüístico en torno al llamado “portuñol” en la frontera uruguayo-brasilera, un conjunto de prácticas lingüísticas altamente estigmatizadas a lo largo de la historia de la comunidad. Combinando recorridos etnográficos online/offline, el autor discute la construcción situada de significados en torno al portuñol en dos aspectos de la vida social en la frontera: la producción artística y la promoción turística de la zona. El análisis y los resultados discuten el creciente proceso de mercantilización lingüística del portuñol, sus efectos en la reconfiguración de ideologías lingüísticas, así como los distintos posicionamientos de los actores sociales involucrados en función de sus roles y categorías sociales.
El quinto y último texto es una transcripción de una conversación –a modo de entrevista– entre investigadoras de diversas regiones y enfoques dentro de los estudios del lenguaje pero con un interés común: la etnografía en contextos digitales. Yvette Bürki, Camila Cárdenas Neira, Nadège Juan y Cecilia Magadán nos ofrecen una discusión pormenorizada de aspectos metodológicos, teóricos y analíticos propios del ejercicio etnográfico en general y, más específicamente, de aquel que ocurre en contextos virtuales. La conversación también nos ofrece relatos, en primera persona, de diversos trayectos académicos en la etnografía virtual, diversas formas de enfrentar y solucionar problemas de investigación a lo largo de los trayectos etnográficos, diversas maneras de repensar aspectos éticos y prácticos, etc. Dicho en otras palabras, la conversación, que es amena e informal pero –a la vez– técnica y focalizada, sitúa el trabajo etnográfico en el contexto de los recorridos personales y profesionales de las investigadoras. Esta doble faceta es, a nuestro entender, un elemento muy valioso para concluir este volumen monográfico.
Por el propio rol del lenguaje en nuestras prácticas cotidianas, los estudios críticos del lenguaje tienen mucho para aportar a la discusión actual sobre masificación y mercantilización de datos, sobre la creciente virtualización y digitalización de las prácticas sociales y lingüísticas, sobre la reformulación de dicotomías virtual/presencial, offline/online, sobre la compleja relación entre humanos y tecnología –o máquinas– en la división del trabajo físico y semiótico, sobre las formas de generar grupos y activismos en el mundo digital y sobre las ideologías (sociales, lingüísticas, semióticas) que se articulan y desarticulan a través de estos procesos.
En esta dirección, el enfoque etnográfico resulta imprescindible porque nos permite revertir un proceso típico de alienación textual en lingüística en que muchas veces el texto es tomado como un producto semiótico autónomo, deslindado de los procesos políticos, sociales, culturales y económicos que lo sostienen. Por el contrario, el trabajo etnográfico implica trabajar con los textos como verdaderos procesos semióticos que resultan de una labor compleja entre humanos, ambiente y tecnología, volviendo a unir así la producción de textos con los productores de esos textos (u obreros lingüísticos/semióticos, en términos de Rossi-Landi 1970) y con las condiciones de producción textual. Esto no es una cuestión menor, sobre todo en un momento en que la masividad de datos online es una fuente virtualmente inacabable de comunicación e información pero también es un corpus inmenso que muchas veces se emplea para la justificación de decisiones concretas en aspectos muy diversos: la oferta de servicios, la promoción de productos o el diseño de políticas públicas así también como en procesos menos explícitos como la in/visibilización de grupos específicos, la creación de agendas públicas y mediáticas, etc. Describir, analizar y develar el rol del lenguaje en todos estos procesos situados es ciertamente importante para la agenda crítica en lingüística. En esta línea, esperamos que este volumen sea una pequeña muestra de algunos de los muy valiosos trabajos y antecedentes con los que ya se cuenta en el área. También se espera que la lectura del monográfico motive a fortalecer y extender este tipo de investigación en el futuro. Dicho esto, vaya mi más sincero agradecimiento a lxs directores de la revista por la invitación a coordinar este monográfíco y, sobre todo, a lxs autores por su panciencia, dedicación, y por compartir amablemente sus trabajos.
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